Mujeres que matan con versos. Esa es la historia que hay detrás de Musa, el último largometraje de Jaume Balagueró. El director catalán se ha encargado de llevar la
novela de Jose Carlos Samoza, La dama número 13 a la gran pantalla. Al parecer, el cineasta habría
querido emprender la adaptación de la obra de terror antes de rodar su reconocida saga de zombies
(REC), junto a Paco Plaza. No obstante, el proyecto nunca llegaría a definirse. Seis años ha tardado en ponerse a ello, y tanto tiempo en remojo ha dado como
resultado un largometraje que deja mucho que desear.
Empieza de forma poética -literalmente con un poema- Manuela Vellés, un auténtico portento del mundo de la interpretación española, abre el metraje como el prototipo de universitaria dulce e inteligente liada con un poeta mayor que ella, su profesor de literatura (Elliot Cowan). Ambos amantes pasan la tarde juntos en la casa del segundo, se juran amor eterno, para más tarde ella acabar suicidándose en la bañera. Este episodio marca la vida del escritor, que a partir de entonces, no puede dormir bien por culpa de una pesadilla recurrente en la que una desconocida es asesinada en un ritual satánico.
Una película de terror puede
ser cualquier cosa menos predecible. Musa es una idea brillante que ha sido
descuidada. Se deja llevar por todos los tópicos
habidos y por haber, genera escenas poco resolutivas y para nada creativas, que dejan prever el final al espectador en todo momento.
Musa no da miedo, pero tampoco lleva a la intriga característica del thriller. Tanto cliché acaba desquiciando al público. Nunca una película de este género debe acudir a la casualidad para resolver sus problemas, se arriesga a aburrir al espectador, que pierde el interés cuando conoce la respuesta a todos los enigmas.
Christopher Lloyd cambia el Delorean por un respirador, y la ciencia por la poesía. Sin embargo, su personaje pasa desapercibido en la historia. Todo el protagonismo recae en Ana Ularu y Elliot Cowan, dos fichajes no muy reconocidos que se encargan de sacar adelante un guion mediocre, cargado de convencionalismos y transiciones forzadas.
El reparto puede haber sido uno de los pocos aciertos del cineasta que, a diferencia de su compañero Paco Plaza (codirector de REC) con su aclamada Verónica, no parece estar listo para pasar al segundo nivel del cine de terror.
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